Con una mirada traviesa te acercas lentamente a mí. ¡OH Díos! Tienes una delicada camisa de cuello, cómo las que a mi me gustan. Desde pequeña me han parecido sexys los hombres que llevan camisas de cuello… y ahora estás tú allí delante, con una mirada atrevida.
A continuación te muerdes los labios, y me miras profundamente, una mirada tan profunda que por un momento me sentí desnuda. Tenía un fuerte deseo de acercarme a ti, quitarte esa camisa lentamente, botón por botón, y con mis dedos tocarte tu pecho desnudo. Pero tú das el primer paso, y te acercas a mí. Estaba nerviosa, tus dedos comenzaron a entrelazarse con mi pelo, y tus ojos buscaron los míos que se escondían por debajo de tu cuello…
Mi boca se abrió con un impulso descontrolado, me estabas tocando el cuello con tus labios desnudos al viento, y eso me gustaba. Tus manos inquietas me comenzaron a tocar alrededor de mi cintura, y yo me sentía más y más en el aire. Por un momento pensé que me había desplazado a otro mundo, pero al poco tiempo abrí los ojos, le miré y le besé profundamente. Sus besos enloquecidos me hacían perder el control. Locamente lo empecé a desnudar, primero la camisa, y le besé por todo su pecho, su cuello, sus labios, y lo abracé con fuerza contra mí. “Te Amo” Susurraba a mí oído. Esas palabras me acariciaron toda, me sentía completamente e incondicionalmente enamorada de él.
Poco a poco fueron cayendo mis pantalones al suelo de la habitación, y mi cuerpo desnudo calló en una cama con pétalos de rosas. Entre besos y caricias nos fuimos perdiendo, con único testigo la luna ardiente del domingo. Te sentía en mí, y yo en ti. Me besabas por todas partes, partes aún sin descubrir, deseos aún sin sentir… Unos sonidos salían de mi boca, sonidos de placer, de necesidad de ti amor. Una bella melodía sonaba en mi mente, ¿La melodía del amor? ¿Del amor verdadero? Le susurré al odio “Nunca me dejes. Por favor, que siempre haya un tú y yo.” Sus ojos estaban cerrados, yo estaba encima de él, y me movía hacia atrás, él me sentó en sus piernas y me miró a los ojos, y con unas palabras dulces y sinceras me dijo: “Para siempre, promételo”. Y sin dudarlo, dije: “lo prometo amor”.
Mi boca se abrió de golpe, como si quisiera atrapar aire de alrededor, como si quisiera decir algo, pero no me salieran las palabras… mis ojos sólo buscaba una cosa, su boca. Lo volví a besar y ese beso era más ardiente que los anteriores besos que nos habíamos dado, era un beso de deseo, de ternura, del fuego que sentíamos en nuestros cuerpos en ese momento, de seguir sin límites, de sentirnos uno dentro del otro, de amarnos siempre…

