No entiendo porqué siempre olía a
rosas, ni por qué sus labios color carmín basilaban cada vez que me
veía ella. Sus caderas eran grandes, pero sin exagerar, sus pasos
acentuaban su sensualidad. Encontra de la belleza artificial sus
labios era lo único que no tenía su color natural en su rostro.
Sus ojos azules como el mar, no tenían ni la menor tinta de sombra
en sus parpádos. Sabía mirar, mover sus pestañas, sabía doblarlas
para que estuvieran más largas, todo eso para potenciar su mirada.
Me tenía loco, y no sólo por la parte sensual, sino que nunca sabía
con qué me iba a sorprender.
Cada día su pensamiento sobre el mundo
cambiaba, y me hacía sentir rídiculo de acuerdo con lo que ese día
pensara. Tenía una pasión enorme por los animales y cada vez que le
hablaba a su perro Max, me daba ganas de robarle besos. Era tan
dulce... que cualquier chocolate en sus labios no tendría el más
mínimo sabor. No sabía muy bien por qué ella seguí hablándome,
no sabía por qué no me dejaba acercarme a ella cuando estaba en
pijama, ni cuando tenía falda. Las despedidas siempre eran secas,
nunca me daba un beso, ni un abrazo.
- Que estés bien, y tengas buena noche.
Y después de eso, sólo el sonido de
la puerta de madera me decía “vuelve pronto”. Ella, sólo ella
llenaba mis pensamientos, aunque suene estúpido, en mi mente ella si
me daba besos y en mi cama ella era la reina. Y después salía el
sol, sonaba el despertador y mi mundo se volvía aterrador.
-¿Cuando recuperará la memoría?-
Siempre me lo preguntaba, y sólo el tiempo tendría la respuesta.