jueves, agosto 25, 2011

Suspira y sigue...


El sol comenzaba a ocultarse entre nubes que llamaban la lluvia. El cielo estaba de un color naranja con pequeños parches grises, algo que no combinaba mucho con el bello paisaje. Las lluvias de verano eran algo que odiaba, porque siempre llegaban sin avisar.

Melinda volvió a la playa, aún sin saber cómo volver a casa. Las personas se estaban yendo, no querrían parecer palomas mojadas después de la tormenta que se avecinaba.  Su tentación de bañarse desnuda en el mar cogía fuerzas al paso de los minutos. La playa se iba quedando sola, una imagen digna de un día de invierno. Se descalzó y caminó por la fresca arena. Sus dedos dejaban invadirse por una arena fina, y un poco húmeda, sus sentidos se alegraban. Sus manos se sentían violadas por el viento que corría. El viento atravesaba entre sus dedos, le acariciaba sus piernas y subía lentamente por sus rodillas. No se escuchaba nada más que el susurro del mar, los golpes contra las piedras y unas cuentas gaviotas que llamaban a una lluvia inevitable. Las tiendas costeras a la playa estaban cerrando, poco a poco se quedaba más y más sola. – Vaya cumpleaños- pensó. Aún no sabía ni como volver a casa, no tenía dinero y sólo tenía una tarjeta de autobús que en ese momento no valía mucho. Pensó en llamar a alguien, pero no quería molestar. Sus ojos se cerraban y se habrían, como queriendo despertar en otro lugar. Tal vez en uno con sol, con una playa limpia y un mar color azul cielo y cristalino. 

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jueves, agosto 18, 2011

Tic Tac




Las horas se empeñan en alejarme más y más de tus besos, y el olor de tu pelo se va yendo con cada soplo del viento. A veces en un rincón de mi habitación, me pregunto ¿por qué el tiempo existe? ¿Acaso si no existiera el tiempo tú fueras para siempre? Los minutos se multiplican con cada pestañeo y el tic tac del reloj se convierte en una de esas canciones que te cansas de escuchar. Tal vez tus besos se queden en mis labios, pero poco a poco el gusto de los tuyos se desvanece con la saliva de mi boca. Los siento, sí, pero una vez más el tiempo juega en mi contra sepultándome en deseos de liberarme y estar contigo en un lugar que no nos importe nada más.


Las flores tienen un olor distinto en este Noviembre oscuro, tal vez mi olfato me esté castigando por las muchas veces que me desvelé oliendo tu perfume, ese perfume que te envolvía tu cuello y tu pecho. ¡Malditas noches! Aún recuerdo como dormías y cómo tu pecho subía y bajaba en una completa danza. Mi corazón latía, sí lo hacía, estaba viva. Ahora ni siquiera siento mi pecho y doy gracias cuando alguien me toca o me empuja en la calle sin querer, porque siento que vivo y que lato aunque sea en esa fracción de segundo en dónde el cuerpo parece perder el equilibrio. ¿Y si te viera? No te diría nada, tal vez gracias, porque vivo de recuerdos, vivo de fragancias, de cartas guardadas en un lugar de mi habitación y de escritos en la nevera que aún esperan ser leídos. No volverás, pero yo aún sigo esperando porque sé que en mis sueños como cada noche estarás. 

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miércoles, agosto 10, 2011

Latidos de vivir



Suspiró. Cogió aire. Sus latidos eran cada vez más débiles, con menos intensidad y ya no decían “nosotros podemos seguir” sino que se comenzaban a rendir. Su mirada aún perdida y pensando en cada una de las cosas que pudo haber hecho pero no hizo, en los labios que pudo haber besado pero no lo había hecho, en las camas que pudo haber desecho pero no lo hizo y de los muchos coches últimos modelos que había negado subirse en ellos. Sabía que la fama lo era todo, sabía que su cuerpo era algo más que un estuche, algo más que una imagen, pero eso no importaba. Ya nada importaba. La luz entraba lentamente por la puerta, debían de ser las cinco de la madrugada y ella aún con su mejilla congelada por el frío suelo no podía mover ni un solo dedo de sus manos. Seguía con miedo en su garganta, con temblor en sus piernas y con desespero en sus latidos. Lamentaba no haber tenido nunca una persona que la ayudara, ni un… ni alguien que la alimentara. Su cuerpo delgado como una rama del árbol más viejo, una rama débil y que iba perdiendo corteza poco a poco, eso era ella. Por eso siempre abrazaba árboles, reía en parques y lloraba en la cama que se le clavaba su anatomía. – Otra vez- susurró. El dolor de pecho la llevó a arrastrarse por todo el piso, a aullar como un lobo y  a temblar como en la mayor de las tormentas de nieve. Deseaba tener algo de dulce para poder calmar ese dolor, pero era inevitable sentirlo después de diez días sin probar ninguna sustancia energética, que algunos resumían como comida.

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lunes, agosto 01, 2011

Un conjunto, un cuerpo y dos almas (III)




Recordaba una noche de pequeños, cuando jugaban a contar historias. Ella estaba sentada en un tallo de un árbol cortado y él en el suelo jugando con la hierba seca. Ese día se vieron luces, luces verdes fosforescentes. Caroline decía que eran hadas, él creía que eran las almas de las personas que morían. Tomás siempre decía que cuando él muriera, sería como una luciérnaga, alumbraría sólo y para las personas que él de verdad amara.
Y allí estaban, decenas de luciérnagas brillando. Caroline deseaba que se volviera de noche, para poder contemplar su brillo. Pero no se hizo de noche, y la vida continuó. Todos salieron en coches negros, pero ella se quedó allí, sentada al borde de una tumba de alguien que ella sabía que no estaba muerto, que estaba con ella en algún lugar. Siempre estaría de pensamiento, de alma, de corazón con ella.

Caroline deseaba tener alas y unirse a las luciérnagas en el baile por el cielo. Pero sabía también que las hembras no poseían de éstas, así que se conformaba con brillar con la misma intensidad. Caroline ahora, al día 14 de febrero del 2011 seguía acordándose de él, seguía con sus fotografías colgadas en cuadros hechos por ella misma. Aunque en el presente tuviera un hombre que la amaba, ella no era feliz, ella seguía ahogando llantos en la madrugada. Cada sábado en la noche se iba a contemplar las luciérnagas, y a contarle su semana a Tomás, no sabía si las luciérnagas pudieran escuchar, pero le encantaba poderle contar todas las cosas que le pasaban a ella, y lo que estaba pasando en el mundo. Y así vive un amor para siempre, en un corazón limpio, en un alma triste por perderlo, pero alegre porque seguía con ella brillando intensamente, así como había brillado desde el momento de conocerse.

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