Cerré
mis ojos, sólo por un momento, pero ese momento pareció eterno pues al
despertarme tú ya no estabas. Mi cuerpo quedó paralizado por la ausencia de tu
espalda al lado de mi cama. Ya no había olor, no había sabor de ese beso que en
mis labios habías posado la noche anterior. ¿Dónde estaba aquella pared que
habías construido para protegerme de los fantasmas? ¿Dónde estabas tú mi fiel
guerrero? Ya no estabas.
En
cada parpadeo sentía que en mis venas se arrinconaba la sangre paralizada. Tal
vez dejé de respirar por un momento, pero mis sentidos siguieron funcionando
por los reflejos. Palabras que terminaban en “eternamente” de repente habían
perdido su verdadero significado. Todo se espumaba y con todo, yo iba
desapareciendo poco a poco. Besos de lluvia, que ahora sólo hallaba al abrir la
ducha; cerraba los ojos y sentía como poco a poco la cálida y fría agua se
deslizaba por mi cara, mis labios, mi cuello y terminaba en mis pechos. No sentía
placer, tan sólo dolor.