martes, marzo 30, 2010

Continuará...

El viento soplaba con fuerza. Se oía como caían las hojas de los árboles. Es otoño, y es lo que tiene. Las hojas se comienzan a poner de color marrón, y poco a poco, una a una, van cayendo al suelo, y así dejan al descubierto un árbol, desnudo a los ojos del mundo. Mis ojos poco a poco se fueron abriendo, pero los volvía a cerrar; el sol que entraba por la ventana de mi habitación me deslumbraba. Un recuerdo me llegó a mi mente, había llegado el día. El día en el que cumplía 18 años. Mi madre seguramente estaba triste, eso significaba que ya estaba preparada para casarme con la persona que yo quisiera, con la que amara y deseara estar toda la vida; toda, porque estaba mal visto casarse y luego separarse.
-Buenos días señorita Jons- Era Margarita, la persona que ha estado conmigo desde el momento en que dí mi primer llanto.

-Buenos días señora Margarita- No me quería levantar, ni ponerme un vestido bonito. Pero tenía que hacerlo, sería ser muy descortés sin no bajaba a estar con toda mi familia y algún amigo.
-Está el agua preparada señorita, cuando guste, puede bañarse.- dejó el agua en el baño, me preparó un baño con esencias, mis favoritas, coco, y frutas del bosque.
Me levanté lentamente de la cama, mi camisón blanco lo dejé caer al suelo, y desnuda me metí en la bañera. No tardé mucho en bañarme. Me vestí rápidamente con el vestido azul aguamarina, con encajes y pequeñas piedras brillantes, que había encima del mueble del baño. Me miré un par de veces en el espejo, por delante, por detrás. Bien. Mi melena de color caoba, la dejé suelta, no quería someterme al dolor de un peinado difícil de hacer.
Estaba triste, no por el hecho de cumplir 18 años, sino, porqué no estaba con la persona que amaba con todas mis fuerzas. El destino nos había separado cuando estábamos pequeños, y ahora después de años de lazos rotos, nos había vuelto a unir, de una manera muy especial, con un sentimiento tan fuerte que solo él y yo sabíamos. De pequeños perdimos el contacto, mis padres se habían mudado a Berna, Suiza, y él se había quedado con sus padres en París, Francia, mi ciudad natal.

Cuando volví a París, quise volver a mi antiguo barrio, y ver a mis amigos de la infancia, y allí estaba él, el joven Rower, Thomas Rower. Su pelo negro, y sus ojos marrones, me enamoraron. Fui corriendo a abrazarlo y a decirle lo mucho que le había echado de menos. El me abrazó con fuerza, con tanta que la gente nos miraba mal, no estaba bien visto abrazar a un chico sin estar casada. Pero eso no me importó porque él y yo nos queríamos, como amigos, o eso creía.

Mi estancia en París se alargó a tres semanas. Tres semanas, en las que me enamoré perdida mente de Thomas. Todos los días salíamos a pasear y a contarnos las cosas que habíamos echo, las cosas que habíamos estudiado, a donde habíamos viajado…
Nos éramos en poco tiempo, pero yo tenía la certeza que siempre habíamos estado enamorados, solo que ese sentimiento estaba camuflado en alguna parte de nuestras mentes y corazones.
Thomas una semana antes de que el viaje acabara, me llevó al mi lugar favorito en París, los campos elisios. A bajo de la Torre Eiffel me declaró su amor, y me dijo que lo nuestro era real. Yo bajo lágrimas, y una voz entrecortada, le dije que vivíamos separados, que yo estaba en otro país, que sería difícil mantener una relación así. Thomas me convenció que la distancia no importaría si confiábamos el uno en el otro, y si manteníamos en contacto, a través de cartas y llamadas telefónicas; todo esto incluyendo viajes para podernos ver.

Comencé a bajar las escaleras para ir al salón, donde se suponía que estaba toda las personas que habían sido invitadas para mi cumpleaños. Deseaba que hubiera una carta de Thomas. Bueno no, una carta no. Deseaba que estuviera Thomas abajo esperándome con los brazos abiertos, y me diera uno de esos besos que solo él sabia dar.

Cuando estaba por la mitad de las escaleras, todos los ojos se fijaron en mi. Me sentí muy observada y baje la vista. No soportaba cuando me mi miraban de esa manera, me intimidaban y me hacían perder el equilibrio.
- ¡Felicidades Señorita Jons!- todos gritaron al mismo tiempo. Todos con una sonrisa dibujada en sus labios, todos felices de verme tan hermosa, y…feliz.

Al escuchar los gritos, volví a levantar mi mirada, todos esperaban que digiera algo, lo sabía porque me miraban con una cara sonriente, y sus ojos les alumbraban.
- Muchas gracias por asistir en este día tan especial para mí. Os lo agradezco a todos.- terminé de bajar las escaleras, y besé en las mejillas a mi madre. Mi madre estaba preciosa, bueno, como siempre.
- Bueno, todos a bailar al gran salón rojo.- Gritó feliz mi madre.
Después de indicar a donde tenían que ir los invitados, mi madre me abrazó con fuerza, y una lágrima se le escapó des sus hermosos ojos azules.
-Hija, te quiero. Ya eres mayor, ya te puedes casar con la persona que elijas, podrás hacer tu vida, y mientras tanto yo tendré que seguir mi vida sola. Pero no te preocupes, esto es ley de vida.

En ese momento llegué a la conclusión, que me podía casar ya con Thomas, vivir en París en una de mis mansiones, y hacer una familia. Una familia con los cimientos más importantes, como son el amor y el respecto.
- Mamá sabes que te quiero ¿verdad? Sabes que siempre me tendrás, estando o no, bajo tu techo, siempre contarás conmigo para lo que necesites. Gracias por hacerme la persona que soy hoy en día. Gracias por enseñarme todo lo que sé, y lo más importante, por decidirte en tener un hijo con el padre más maravilloso que ha existido, aunque yo no le haya conocido. Se que mi padre nos quería a las dos, y a ti te amaba, te amaba con todas sus fuerzas. Todo esto lo sé por las cartas que guardas en tu cofre.- Me dio vergüenza decirle que lo había leído, pero quería decirle que me parecía maravilloso que mi padre le escribiera unos poemas, y texto donde destilaba el amor que se sentía por ella.

miércoles, marzo 17, 2010

Estaba en el puente central de la ciudad. Las luces de colores le parecían hermosas, luces que parecían como pequeños rayos de luna. La noche ya estaba vigilando la ciudad, pero ella no tenía intención de volver a casa esa noche. Mejor dicho, nunca.


Sus manos le temblaban, como las hojas de un árbol sometido a la fuerza del viento. Sus ojos buscaban una cosa, la luna, la esfera blanca que sustituye el ardiente sol del día.


Se paró en la baranda del puente, era amplia, y comenzó a alzar los brazos al cielo, y a tambalear. El viento se le infiltraba por debajo de su fino vestido blanco, pero eso no le importaba. Las estrellas brillaban con fuerza; intencionalmente las comenzó a contar, una, dos, tres…treinta; eran muchas y desistió.


Sus pies descalzos estaban cansados, y de puntitas se paseó de nuevo por la baranda. Por debajo del puente pasaban coches, coches con destino a lugares felices, a un restaurante, a un hotel, fuera donde fuera, seguro que eran mejor que volver a su casa. Su móvil comenzó a sonar, el tono de The reason le advirtió que la estaban llamando, y no cualquier persona, era su amado. Sacó el móvil de su bolso, y lo puso también en la baranda del puente; lo contemplaba de tal forma, que parecía como si nunca hubiera visto uno. Con una sonrisa loca, sus labios destruyó la fina línea triste que tenía. Creía que no le importaba a nadie, pero esa llamada le resucitó el alma. No cogía el teléfono porque sabía que si lo hacía muy probablemente le hacían cambiar de opinión. Sus ojos le comenzaron a brillar. En ellos se reflejaba confusión y un deseo a ser cerrados para siempre, para dormir en un universo en donde las almas danzaran con el sonido de los pájaros. Sonido a naturaleza artificial, en un cielo infinito, donde hubiera sinceridad y cariño en todo su terreno. Y lo más importante, que hubiera capacidad de olvidar todo lo vivido en la tierra.


Parpadeó y volvió a abrir los ojos, las luces fosforescentes le estaban haciendo daño a sus delicados ojos azules. Un mareo repentino vino, y su frágil cuerpo se alzó con el viento. Las luces de colores las comenzó a ver más cerca. Su mente se desconectó con la realidad, y sus ojos no volvieron a ver ninguna luz.

domingo, marzo 14, 2010


Las hojas de los árboles,

se mueven a mi alrededor,

tus palabras están en mis pensamientos,

no he podido dormir,

sigues en mi mente.


Esa amarga despedida,

ese beso robado,

ese último suspiro en tu piel,

me amarga el alma.


Mi corazón late,

en cada pensamiento,

mis mejillas se vuelven rojas,

al recordarte a mi lado.


Te sigo sintiendo,

tu olor esta en mi piel,

incrustado como parte de mi,

como parte de mi cuerpo.


Suspiro fondo,

para recuperar el aire perdido,

para recuperar el aliento,

me dan ganas de cerrar mis pulmones,

y no respirar JAMÁS.

viernes, marzo 05, 2010

...Fragmento...XD

Cerré de un golpe seco la puerta de casa. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y apenas podía ver bien. Cerré y volví a abrir mis ojos, pero seguía viendo como detrás de un cristal empapado. Me retiré de mi cara algunos pelos rebeldes que no querían estar ordenados correctamente. Comencé a bajar las escaleras, me sentía confundida, y ese estado me hizo tambalear en cada paso que daba. En un momento en ves de bajar un escalón bajé dos, y un breve -Uy- se me escapó de mis labios; puse más cuidado pero no me preocupaba si me caía o no.
Tenía miedo, sentía odio, me sentía sola…Mi mente tenía grabada la voz y la cara de una persona, una persona que no estaba segura si quería, o si simplemente me agarraba a ella
como un naufrago se agarra a la única madera flotante en un mar abierto. Quería estar con él, esa personita especial, por necesidad o por miedo a estar sola; por volver a llevar una vida “normal”; por volver a tener una ilusión por vivir, por sonreír y por tener planes de futuro. Un futuro que si estuviera sola, sería incierto como es el mismo presente.

Quería estar sola, un sitio en donde poder pensar, en donde poder aclararme las ideas. Me acordé de lo que una vez me había dicho una amiga..-Cuando quiero pensar, o simplemente olvidarme de todo, me voy a la playa a contemplar el mar y a escuchar el sonido de las olas-…
Esa idea me gustó, el mar, el olor a sal…Además estábamos en invierno, casi nadie asomaba su sombra por esos lugares, así que perfecto.
Fui a la playa y en efecto estaba sola, me senté en una piedra grande cerca de la orilla donde llegaba el mar, ya eran casi las 5 de la tarde y la marea iba subiendo.
-Lo quiero-Dije como queriendo dar explicaciones al mar. -Lo quiero y lo necesito conmigo-. Volví a decir, pero esta vez pareció como si me lo digiera a mí.
Dejé caer mi bolso sobre la arena, y puse mi cara sobre mis manos frías. Estaba helada de arriba a bajo, el viento que soplaba era frío y aruñaba la piel, y ese daño que le hacía a mi piel, lo llegué a sentir por segunda ve en el día en mi corazón.

-Tal vez hubiera sido mejor, venir cuando estuviera haciendo sol…- dije con voz baja, una voz triste y desencajada.

- ¿Tienes frío cariño? Dijo una voz, esa voz, su voz…-Oh, espera es él ?-pensé.
Rápido me giré para poder ver su rostro.
- ¿Qué haces aquí? ¡Te estarás muriendo del frío!- Su voz parecía sorprendida. No entendía porque, se supone que la playa es un sitio público.
- Em…bueno, vine a pensar- al final pude contestar.
- ¿A pensar en que?- preguntó mientras caminaba hacía mi con paso vacilante, con una sonrisa en la cara y las manos en los bolsillos.- en mí, pensabas en mí- sonrío.

Vaya… ¿como lo había sabido? Seguro lo decía por decir algo. Se me escapó una leve sonrisa.

- Pensaba en cosas. En mi futuro. ¿Y tú que haces aquí?

Bueno no lo niego me encantó verlo, poder oír su voz, pero en ese momento quería estar sola.

- Creo que me has copiado el sitio para pensar, tal vez deberíamos… compartirlo.- Dijo con un raro gesto en su cara.
- Oh, no lo siento si quieres me puedo ir para otro lado…- Me levanté, estaba dispuesta a marcharme y pensar en otro lado. No quería ninguna desconcentración, quería aclararme primero yo. Aunque pensaba tener ya la respuesta. Lo quería, era un hecho.
-¡No digas eso amor!
En ese momento me abrazó con fuerza, con la fuerza que siempre lo hacía. Me cogió de las caderas y las empujó hacía él hasta quedarme completamente pegada a él. Su olor lo sentía con más intensidad.

- Te quiero, lo sabes ¿Verdad?- Me dijo susurrándome al oído.
- Yo también te quiero cariño- Le di un beso en el cuello

Un profundo suspiro salió de su boca. Me cogió la cara con sus manos y me besó. Me besó con una intensidad abrumadora. Sus labios eran tan delicados y dulce que no podía dejar de besarlos. Mientras me besaba me comenzó a entrelazar sus dedos en mi pelo, y a jugar con él. Fue quizás el beso más largo que habíamos tenido y probablemente uno de los más apasionados.

- Nunca podría dejar de besarte, Te quiero, te quiero.- Me dijo con voz dulce y sincera. Sus ojos le brillaban, y en ellos se reflejaba el mar de fondo.
- Ojala pudiéramos
vivir una eternidad, y así no dejar nunca de besarnos- Le susurré acercándome a su cara, hasta que mi frente entró en contacto con la suya.