Desnúdame

Otro día del año, más no otro amanecer igual… a mi lado estás tú, duermes como un niño. Tus labios son suaves, pero considero que necesitas un beso y un poco más de un segundo y medio ya tienes uno plasmado en tus labios. Tus ojos se mueven de derecha a izquierda muy rápidamente, como si fuera una máquina de escribir grabando todos tus sueños. Me pregunto si soy yo la que aparece en ellos… te abrazo y pareces no darte cuenta, algo que me duele pero a la vez me tranquiliza porque no te quiero despertar, todavía no. Mi mente parece estar ubicándose, estoy en tu habitación, los ruidos de alrededor son distintos pero estoy contigo, me siento bien. Te beso tu pecho descubierto, con ganas de hacerte sentir algo y plasmarlo en el sueño que tengas. Te abrazo y pongo mi cabeza en tu pecho, te siento, tus latidos parecen ir tan deprisa…

-          Buenos días amor –  susurras mientras me tocas mis caderas desnudas – estás preciosa – me sonrojo al creerme esa gran mentira, porque sin maquillaje mi cara no es tan perfecta ni mucho menos preciosa.

-          Te amo- dije finalmente dándole un beso en su pecho. Mi corazón latía con fuerza al pensar en su cuerpo al lado mío, los dos tan cerca, con unos latidos que empezaban a ir sin control. Siempre había pensado que sería bonito hacer el amor a primeras horas de la mañana. Me sonrojé al pensar en cómo hacer para quedar encima de él desnuda, por lo menos sin la parte que cubría mi sexo…

-          ¿Has dormido bien?

-          Estoy húmeda…he soñado que te hacía el amor – Con un leve color de mis mejillas me delaté, y tras mis palabras un poco fuera de lugar, dejé en sus manos el siguiente paso, ¿pasaría lo que quería? No pensaba siempre en sexo, pero lo quería a él en ese instante, sin ni siquiera haber pasado por la ducha, quería así, al natural.

Como un lobo apenas convertido en luna llena, se abalanzó en mí dándome mordiscos dulces por todo el cuerpo y con su lengua seduciendo mi abdomen plano y firme. Mis manos se deslizaron por las sábanas húmedas tras una noche calurosa y agarrándome fuerte en ellas me deje descubrir. Gritamos, gemimos, y nos mordimos nuestros cuellos. Mi cuerpo pedía más y él me daba justo lo que quería y en el momento adecuado. Nos seducimos, nos reencubrimos y así entre gemidos y sábanas arrugadas dimos rienda suelta a nuestro amor y comenzamos el día con otro sabor y color. 

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