Y ahí estaba ella, comiendo un estupendo helado, saboreando los pedazos de chocolate y cerrando los ojos cada vez que ese frío entumecía sus encías. El frío de una tarde con sol ardiente del verano, le acariciaba su piel que cada vez iba cogiendo el tono canela envidiable de toda mujer menos de ella; le encantaba ese tono blanquinoso y delicado de su piel. Las parejas se acondicionaban sus temperaturas corporales a las del ambiente y se les veía más acaramelados que en las tardes frías y sin color de invierno. Anne sentía una cierta envida al verlos besarse, tocándose y diciéndose cosas suavemente al oído que sólo ellos dos sabían. Anne fijó su vista en una pareja, el chico tenía unos hermosos ojos verdes y ella contraatacaba con un color a chocolate. Anne se sorprendió de su buena vista, porque estaba relativamente lejos de ellos. Anne siguió comiendo su helado, pero está vez se fijándose en cada movimiento de la pareja, en cara roce, en cada beso… estaba dispuesta a sentir cosas, a transportarse de tal manera que esos sentimientos también le llegaran a ella, como si fuera un envió de sentimientos a través del viento y de los olores. No le puso cara a su imaginación, sólo se limitaba a sentir y a revivir sentimientos olvidados o tal vez nunca vividos. El olor a chocolate fundido que desprendía las crepes que preparaban no muy lejos de ahí, le hizo recorrer por todo su cuerpo una corriente de deseo. Sus labios resecaron y ella los humedecía lentamente con su helado. La pareja a lo lejos seguía besándose e iban aumentando la pasión de estos. Las manos del chico se deslizaban lentamente por el abdomen de ella, y ésta se retorcía un poco para los lados. Anne deseaba decirle a ella que no tuviera miedo de lo que fuera a sentir, y mucho menos vergüenza que la fueran a ver, las reacciones espontáneas son las más bonitas, o por lo menos eso pensaba ella. Anne seguía saboreando su helado, mientras se iba dejando invadir por sentimientos de deseo, y se dejaba tocar sus partes por el viento que jugaba con los pliegues de su falda. Algún que otro orgasmo salió desde sus adentros, pero ese sentimiento le hizo recordar lo que se llamaba felicidad, aunque por loco que sonara, esta felicidad también la podía dar el viento y su imaginación.
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